viernes, 4 de septiembre de 2015

13 de Diciembre de 2006

Despertador programado para las 7 de la mañana de un miércoles. Un miércoles en el que no había que cumplir con obligaciones o, por lo menos, no con las tradicionales. No cursaba, no trabajaba. Ideal para dormir hasta quién sabe cuándo.

La alarma nunca llegó a taladrar mis tímpanos, ni a modificar mi humor como lo hacía cada vez que sonaba. No. Antes de que el monofónico sonidito insoportable de mi celular, estallara, yo ya estaba levantada jugando a la pelota con los perros en el patio.

No era posible que me sentara a desayunar. El celular sonaba a cada rato con mensajes que contestaban a los míos y a mi impaciente espera.

La cita era a las 11 de la mañana en el estadio José Amalfitani. Faltaban 4 horas. Faltaba mucho. Una eternidad.

No era la única. Alguien, del otro lado, estaba igual que yo. Escribiendo 7.30 de la mañana, con la misma incertidumbre, con los nervios de punta. No estaba sola. Como yo, había miles.Acá, allá, cerca, lejos.

Ni la distancia, ni el horario,importaban ya. Era el día. Era 13 de diciembre y todos deseábamos que llegara la tarde. Pero la tarde que cada uno de nosotros, en realidad la de todos,imaginábamos y soñamos alguna vez.

Muchos habíamos pasado noches sin dormir. No hablo del tan ansiado día, sino de semanas atrás, cuando nos encontrábamos todos juntos rodeando el perímetro de 1 y 57, para sacar la entrada. Ya éramos amigos,casi familia. Tres días enteros, acampando, compartiendo mates de día y fernet en alguna botella de plástico improvisada, de noche. Las linternas se compartían como caramelos y, en caso de algún conflicto, todos éramos uno.

Cansancio, sacrificio, ilusión.Charlas, cantos, sonrisas, recuerdos. Bajo los antiguos tablones de madera sobre los que saltaron las pasadas generaciones, estábamos nosotros. Los herederos.Por ellos, estábamos ahí uniformados como si se tratara de un ejército. En fila y con las camisetas albirrojas puestas. Perdón. No estábamos por ellos, sino gracias a ellos.

Para la mayoría, como para mí, la experiencia era nueva. Todo se vivía entre llantos y sonrisas. Como ese 13 de diciembre en el que nadie podía saber de antemano lo que iría a suceder. La incertidumbre era cada vez mayor, pero todos hacíamos de cuenta que todo estaba bien. Más que bien, “sin importar el resultado”.  

No recuerdo cronológicamente lo que pasó ese día. Tengo baches. Deben ser los nervios.

¿Cómo fue la secuencia?

Llamé a papá, el que me llevó siendo un “piojito” –así me llamaba él- a 1 Y 57 cuando era chiquita. En ese entonces,me entretenía viendo a la gente que estaba a mi alrededor –era lo único que alcanzaba a ver- mientras mantenía una furiosa pelea con las semillitas que no se dejaban pelar y me largaba a llorar por los inoportunos gritos de gol de la gente desquiciada que tenía al lado. Entre ellos, mi hermano y mi viejo.
Bueno. La cuestión es que esa mañana hiperquinética que tuve, lo llamé.

-         “Hola viejo, feliz cumple!”
-         “Gracias piojo” –el diminutivo había desaparecido hace años atrás-.

Ambos sabíamos que además de ser un día especial por su cumple, nos esperaba algo único, pero sabíamos que la cómplice cábala, no debíamos romperla. No justo en ese momento tan decisivo. Fuera bueno o malo, la final iba a estar en nuestras próximas conversaciones. En nuestra memoria, por siempre. Porque ya todos éramos grandes y sabíamos, y sufríamos, y festejábamos, algo de lo que los tres ya éramos conscientes y compartíamos por primera vez, juntos. Mi viejo, mi hermano y yo.

Para ser sincera, poco recuerdo lo que pasó.

A mi hermano, logré sacarle la entrada después de esos tres cansadores días de campamento. Él iba a estar ahí,al lado mío. Cerca o lejos, pero dentro de la cancha, viviendo la fiesta que tanto merecíamos después de las dos fechas de suspenso con las que Boca nos había venido castigando. Dos semanas. Otra eternidad.

Fecha dieciocho. Boca 0 – 1 Belgrano; Estudiantes 2 – 0 Rancing
Fecha diecinueve. Boca 1 – 2 Lanús; Estudiantes 2 – 0 Arsenal

Así llegamos. Afónicos y cortando clavos.

Fecha veinte. 13 de diciembre.Cita en el estadio José Amalfitani. Final: Boca VS. Estudiantes.

La mística. La famosa mística pincharrata se me hacía presente en la cabeza, pero nada quería decir respecto a eso. Menos, pensarlo.

“Que sea lo que tenga que ser”.

Comienza el primer tiempo. Por cábala y nervios, prendo un pucho. Ese año, el silbato del árbitro de turno, indicaba el preciso momento en que yo debía fumar. Pero no, el de sacar de mi mochila el paquete de semillitas -que tuve casi todo el partido- y con las que ya no mantenía ninguna furiosa pelea. Ahora la guerra era otra y más seria, para mis dieciocho años. Ya no era entre nosotras, sino entre nosotros: los pinchas y los xeneises. Ahora sí, frente a mis ojos, en el campo de juego.

Minuto 03:40 – Centro de Ledesma, derechazo de Palermo. Gol.

Entre euforia, bronca, lágrimas de emoción y enojo, me pregunto: ¿Palermo? ¿Es joda?

Menos de cinco minutos del primer tiempo y, hasta ahora, boca se consagra campeón. ¿Qué digo campeón? Tricampeón.

No quiero. No. No puede ser.

Entonces recuerdo el 15 de octubre de ese mismo año. El clásico platense. El 7 a 0, y la inolvidable frase del capitán: “No hablemos. Ya sabemos loque tenemos que hacer. Si queremos salir campeones, tenemos que ganar este partido”. Lo ganaron. Lo ganamos.
Él sabía mejor que yo. Que nosotros.

Segundo tiempo.  Los minutos pasaban y el resultado se mantenía intacto.

En algún lateral o tiro de esquina, aproveché para mirar a mi alrededor. Todos estábamos iguales.Comiéndonos las uñas, los labios, agarrando algún amuleto, o pellizcando.Mirando al cielo, rezando o cruzando los dedos como si, todos ellos, fueran a dar resultado.

Y ahí, en el minuto 19:25, el principito Sosa convierte un golazo de tiro libre.

Ya no puedo ver a mi alrededor.

Una multitud grita, salta, llora, alienta y se abraza. Yo estoy ahí, en esa multitud que me cubre a mí y estoysegura que a mi hermano también, vaya uno a saber dónde está. No importa. Todos estamos juntos, abrazándonos y festejando un empate que vale oro.

Mi viejo festejando su cumple, sabiendo que nosotros estamos en la cancha, abraza a su hermano sin esperar que el locutor termine la alargada igualdad entre los equipos.

Acá, allá, lejos, cerca…todos somos uno. Mi viejo en La Plata; Nosotros en Buenos Aires. Todos somos ese gol. Todos somos ese abrazo que no pude darles pero que, sin importar cómo ni de quién, recibieron. Y recibí.

Aún falta. No me conformo. Hay que ganar. Y entonces, como si fuera chica, sigo peleando con mis semillitas. Y me prendo otro cigarrillo como si eso fuera a darme el resultado que yo, como tantos, ansiamos.

Faltan casi diez minutos. Nada.Saque de arco, la pelota elevada, nada trascendente. ¿Nada trascendente?

Saque de arco, dos piques de pelota, Pavone, “sombrerito” al arquero, cabezazo: Goooooooooooooool!

Pese al esfuerzo del defensor albiazul, la pelota cruza la línea que determina el campeonato.

Minutos más tarde, para mí horas, Pezzota marca el final. El final de la final.

Tres goles pinchas. El de Palermo, para Boca. El de Sosa y Pavone, para Estudiantes.

Las lágrimas me caen. Hablo por teléfono con mi mamá, tripera, que me llama ni bien termina el partido. Se ve que se lo “fumó” todo, y me alienta como toda madre que quiere lo mejor para sus hijos –aunque sea tripera-.

Pienso en mi hermano, que esta cerca, pero no sé dónde, festejando con la misma alegría que yo.

Pienso en mi viejo que cumple años, festejándolo en La Plata con su hermano. Sin nosotros.

Revoleo las semillitas que ya poco me importan, y brindo por ese 13 de diciembre, único e irrepetible, que nos mantuvo unidos.

A mi hermano y a mi viejo. Pero también a los bosteros que se quedaron aplaudiéndonos en el estadio José Amalfitani, y a mis familiares triperos que no dudaron en felicitarnos como si fuésemos nosotros, los que disputábamos la final.

Porque ser hincha de un equipo,lo entendemos pocos. Pero sentir la pasión y la emoción, la entendemos todos.

Hasta yo, que no lo creía hasta que me di vuelta y en una pantalla decía: "Estudiantes L.P. campeón apertura 2006"

martes, 6 de marzo de 2012

Acceso a la información pública





La promulgación de normativas, de orden nacional y provincial sobre acceso a la información, permite a los ciudadanos conocer toda información de carácter gubernamental.


por Jacqueline Fernández, Laura Claverie y Lucas Seguí



Tierras nuestras, tierras de otros




Sin darnos cuenta, el 10% del territorio nacional está en manos de empresarios extranjeros. La falta de legislación sobre la concentración de tierras para corporaciones del exterior y nacionales deja al descubierto una problemática que pone en jaque los años que vendrán. “Tierras S. A”, de Andrés Klipphan y Daniel Enz, refleja la agónica pérdida del tesoro más preciado del país: el suelo argentino.


por Laura Claverie y Lucas Segui*

Tarea del periodista-redactor




Para comenzar a escribir, el periodista deberá tener en cuenta algunos elementos esenciales para que su artículo resulte interesante a los ojos del lector. Si bien contará con múltiple información antes de comenzar a redactarla, estará sujeto a utilizarla de manera coherente y atractiva, evitando exponer todo su material por el simple hecho de haberla conseguido.


La entrevista periodísitica






Jorge Halperín se centra en explicar cómo deben realizarse las entrevistas. Destaca las distintas estrategias, métodos y herramientas que se deben tener en cuenta en la puesta en práctica.


por Laura Claverie, Lucas Segui y Santiago Sturla*






Búsqueda de información




Una vez planteadas las hipótesis, el periodista deberá recopilar una serie de datos que tratarán de dar respuesta a su investigación. Para ello será esencial saber a dónde recurrir para conseguirlos y de qué modo hacerlo.





¿Qué investigar?






En este capítulo se intenta esquematizar el proceso a través del cual puede detectarse algún hecho investigable, originándose -el mismo- en el campo de la realidad, el cual contiene todo aquello que ya ha sucedido y del cual el investigador puede comenzar su trabajo.